EL ARROYO
El arroyo corría manso bajo las miradas verdes del campo de bambúes. El sol, filtrado por éstos, arrancaba destellos de colores de su piel fría.
La tardecita siempre nos encontraba bañándonos en él, jugando a tirarnos agua los unos a los otros, en risas que se confundían con los sonidos de sus gotas-cristales quebrándose.
Y era realmente bueno correr contra la corriente, golpeando los pies de tal manera que, al agradable ruido provocado, se añadiera la estridente protesta de los que se veían salpicados.
Y acariciar los guijarros multicolores que poblaban la arena fina de su lecho…
LA HACIENDA
Si, no era un lugar común, comenzando por el viejo puente de madera que desafiaba el tiempo e insistía en soportar el peso de la vida que pasaba siempre sobre él. Anunciaba, con el extenso campo de bambúes que surgía a su izquierda, que habíamos, por fin, llegado. ¡Una curva más y ya estábamos!
Aparece la vieja higuera – embrujada, según muchos - el campo de fútbol improvisado, a la derecha: la ladera ornamentada con cocoteros semejando un altar culminado por la capilla. Frente a ella el pabellón, extraña construcción de madera cubierta de sapê (*) donde se celebraban todas las fiestas juninas (**), de la santa patrona, con sus inimitables subastas campesinas, guardaba el comienzo de la subida.
Piedras lisas y lavadas por lluvias de muchos siglos formaban el camino desde el portón hasta la escalera que llevaba al patio principal, extenso terreno llano donde se cultivó café en otros tiempos. Este camino se hacía bajo el más hermoso parral de uvas que vi en toda mi vida
No esperábamos la orden de apearnos: nos íbamos soltando de la carrocería como uvas de la parra. Y estallábamos de alegría y excitación, cual hormigas provocadas por terrones de azúcar. Era una carrera para abrazar primero, en un atropellamiento que solo las abuelas saben apreciar, a nuestra abuelita Sinhanna, que abría los brazos y parecía querer cobijarnos a todos, al mismo tiempo. ¡Tan frágil!… ¡Tan fuerte!
Saciada la sed enorme de cariño, permitíamos entonces que los adultos disfrutaran de la conversación con Sinhanna, y nos alejábamos. Era tanto lo que ansiábamos rever: el riachuelo, el río, las mangueiras, los pés de fruta-do-conde (***), los naranjos, el corral, el molino del burro, el Pabellón, la Capilla, el parral de uvas, la cocina que olía siempre a café.
Y aún quedaban los primos, primas y tíos con quienes repartíamos nuestra felicidad. La Hacienda representaba, además de todo eso, la libertad para nuestros corazones traviesos, pajarillos libres de la ciudad-jaula.
(*) sapê: hierba de la familia de las gramíneas , de hojas duras, muy usada para recubrir chozas
(**) juninas :llamadas así por celebrarse en el mes de junio
(***). mangueira y pé de fruta de conde: árboles frutales, el primero da el mango y el segundo un fruto semejante a la piña.