(10/12/2012)

 FAMÍLIA

En la Hacienda vivían tres tíos: José, Joaquín y Osvaldo. Los dos primeros, locos; el tercero, casado. Locos mansos, es verdad.

Del tío Zezinho se decía que había enloquecido de tanto estudiar, lo que me servía como disculpa para mis imperfecciones  escolares. Era alto, y  posiblemente había sido guapo de joven. Estaba en todas partes y vivía con una sonrisa misteriosa en los labios,. Un brillo sereno en los ojos, sin nunca decir nada. Su locura irradiaba una paz que me molestaba porque no la comprendía. Era un misterio.  Pero me gustaba. Era un niño, como yo.

En cambio el Tío Quiquim me daba  miedo, pues al contrario del tío Zezinho era esquivo, cascarrabias, y no me permitía, a veces, acercarme a los árboles frutales. Nunca hizo daño a nadie, pero que asustaba a los niños, asustaba.

El tío Osvaldo tenía una bonita Familia y una de las hijas, Rita, me impresionaba por sus ojos pícaros, por su color  de barro moreno, por su sonrisa de leche, por los cabellos que, sueltos al viento,  que me recordaban las corrientes del Paraíba: ¡espesos, llenos de vida, negros! 

 
(10/12/2012)

LA FIESTA

La fiesta de la patrona, Santa Ana, era el gran acontecimiento en todos los alrededores. Gente de las haciendas, pueblecitos y ciudades vecinas  se reunía aquel fin de semana  mágico, de cintas de colores, acordeones y guitarras, barracones de  sapê , mozas  con vestidos  de algodón estampado guardados para la ocasión,  rollizas muchachas  campesinas   envidiando a las  delgadas de las ciudades, mozos con  la fuerza de la naturaleza paseando los ojos brillantes de “cachaça”  y de deseo por entre curvas que no eran las de la carretera, olor fuerte a grasa anunciando pasteles, gallinas asadas,  olor de dulces, olor de gente, olor de pecado. Todo muy religioso…

En lo alto de la colina, la capilla guardaba la imagen de la Santa y los lamentos de las beatas. En el pabellón, el  rematador  daba la una,  daba las dos, daba las tres y  ¡listo!  El lechón asado corría por sobre las muchas cabezas que llenaban el local e iba a parar a las manos del feliz adquirente..

La barraca de juego, siempre concurrida, vendía ilusiones de un poco más de dinero para bolsillos generalmente vacíos. Los viejos contaban  cuentos e historias. Los jóvenes,  ah… los jóvenes escapaban de las  muchas miradas e iban a animar la noche de los sapos y de las lechuzas escandalizadas.

Yo, niño aún, me encantaba con los colores, los ruidos y los olores. E iba a dormir bien tarde entre las sábanas blancas, con perfume de los cajones de mi  Abuela.  Para soñar con la pelota de colores que no había podido conseguir en la subasta. Sueño agitado por los pecados de los jóvenes, por los ruidos, por los olores, por los colores…

Sueños de fiesta mientras el río,  a lo  lejos,  pasaba murmurando.