El hombre y el título

Hay hombres que se  creen  dignificados por los cargos que ocupan. A ellos sus títulos les  caen  mal,  cual desaliñados disfraces.

 

Hay otros hombres  que dignifican las funciones que ejercen. En ellos, los  títulos realzan  las virtudes,  los conocimientos.

 

De  aquellos,  su  orgullo  y  vanidad alejan a los hombres de bien.  De éstos, su humildad sin falso sentido  atrae a los hombres que cultivan la corrección de actos y el respeto a los buenos principios.

 

Una estrella no es una estrella porque se crea, se anuncie o se proclame estrella. Una estrella es una estrella porque es una estrella. Y su grandeza no será medida, ciertamente, por la propia creencia en el brillo que crea poseer ni por tentativas inútiles para  hacer que los otros crean que las demás estrellas brillan menos de lo que realmente brillan.

 

Una vela encendida en la oscura planicie parecerá un luminoso astro  y  engañará  a incautos y apresurados jueces. Hasta que una leve brisa sople… Un verdadero astro no se apagaría. Tampoco es fácil   engañar a un cuidadoso juez.

 

Hay hombres  que, con sus cargos y títulos,   parecen estrellas porque se creen estrellas, se anuncian como estrellas, se proclaman estrellas. Y hablan de sus inexistentes grandezas con la certeza de los locos. Pero no son estrellas. Frente a  la más leve brisa de la adversidad vacilan, temblorosos. Ante una mirada cuidadosa revelan lo que realmente son: diminutas velas en la planicie oscura.

 

Ni la estrella ni el Hombre necesitan títulos de grandeza. Esos solo se justifican en las verdaderas estrellas, en los verdaderos Hombres, para quienes el Honor y el propio nombre son los títulos mayores.

 

(Bangkok, Tailandia, 1.2.1989) 

 

(Traducción de M. Mira)